Las mujeres siempre nos preguntamos cómo nos vemos. Reflejamos en esta frase un inseguridad a prueba de todo.
Esta inseguridad no es precisamente por no gustarle a los hombres, sino más bien es uno de los pocos síntomas que aún nos quedan de la época prehistórica.
Claro, porque cuando el hombre no conocía el desodorante y las mujeres la depilación la cosa era muy distinta, había que luchar por sobrevivir en un mundo hostil. Bueno, eso no quiere decir que hoy no sigamos haciendo lo mismo, en realidad seguimos luchando por sobrevivir en un mundo hostil pero de una forma muy diferente. Hoy las metas son otras.
En la prehistoria la meta era aparearse y para eso los hombres desplegaban todo su poderío, saltaban, gritaban, corrían, demostraban ser fuertes… bien, muchas deben pensar que siguen haciendo lo mismo y sí, siguen gritando, corriendo, golpeándose el pecho. Son lindos los monitos ¿no?
Bueno, las mujeres desde esa época luchamos por sobresalir de la manada, de vernos mejor que la otra. Esa es nuestra competencia y por eso la frase “cómo me veo?” debe haber sido la primera frase que dijo la mujer en el mundo.
En esta prehistórica competencia nos olvidamos de quienes somos en realidad y no nos vemos al espejo. Aún cuando lo hagamos, miramos pero no observamos.
¿Me explico? Puedo estar todo el día mirando un árbol pero no darme cuenta de sus diferentes tonos de verdes, ni de las hormigas que suben por su tronco. Claro “vi un árbol” pero no lo “observé” Eso es lo que nos pasa a las mujeres.
En esta lamentable carrera que lo único que hace es bajarnos la autoestima, nos olvidamos de observarnos, sólo tenemos en mente ser mejor que la vecina de escritorio y parecernos lo más posible a una modelo.
Pero las modelos no son mujeres reales, a la mayoría la pasan por photoshop antes de publicar sus fotos y las de pasarelas pasan semanas sin comer para entrar en vestidos que a ninguna mujer normal le quedaría. Con horror leí esta semana que una ex editora de una revista de moda contaba como las modelos comían pañuelos desechables para sentirse satisfechas y así mantener el peso.
Ni una de nosotras es así. Tenemos familia, trabajamos 8 horas diarias y hacemos miles de cosas en una semana. Necesitamos alimentarnos (sano eso sí) pero no siempre tenemos ni el tiempo ni el dinero para pasar en el salón de belleza, el gimnasio e inclusive en el quirófano un par de veces al año.
Soy una mujer que pasó toda su niñez sintiéndose gorda porque sus cercanos le decían cariñosamente “gordita” y porque las compañeras de colegio acentuaban esa sensación riéndose de mi “cintura de huevo” He vivido en dietas desde más o menos los 15 años y pasé por la tortura de un gimnasio cuando jamás me ha gustado la actividad física. Sudar no es lo mío, o por lo menos no de esa forma.
Un día conversando con un amigo de niñez me quejé que siempre había sido gorda. Me quedó mirando atónito “jamás has sido gorda, al contrario, eras de las más flacas y con el mejor cuerpo” Lo quedé mirando y le dije que ellos mismos eran los que me habían dicho gorda desde los 10 años. Lo decían para molestarme, no porque lo fuera. No podía creer que por una estupidez de su parte había hecho que su amiga creciera con un complejo de esa naturaleza.
A pesar de esa conversación que me dejó muy pensativa, seguí año tras año luchando por parecerme a una modelo. Pero la edad y los cambios de hábitos cada vez más sedentarios hicieron estragos en mi cuerpo.
Hace 3 años quedé sin trabajo y tuve que comenzar de 0 a buscar un nuevo trabajo. Entonces una “amiga” me dijo que si no bajaba de peso difícilmente iba a encontrar trabajo. No sé qué tenía que ver el peso con mi desempeño laboral, el hecho es que me demoré un mes en encontrar trabajo y jamás me preguntaron mi peso.
Con el paso del tiempo comencé a amar mis pechugas, son lindas, aún están orgullosas mirando al cielo y eso a mi edad es mucho decir. Pero hubo un detalle la semana pasada que me hizo dar cuenta de verdad lo linda que soy.
Estaba “jugando” con un amigo y quise enviarle una foto más picante, entonces fui al baño, me bajé los pantalones y tomé una foto de mi trasero. No se imaginan mi desconcierto al ver esa foto. Mi trasero era lindo y nadie me lo había dicho.
A lo mejor alguien me lo había dicho pero no lo había creído. Ver para creer…
Lo vi redondo, liso, hermoso. Nada que envidiarle a esos traseros con bisturí que vemos a diario en la televisión.
Ahí me di cuenta que a pesar de todo mi cuerpo es lindo, mis pechugas son lindas, mi piel blanca es hermosa, mi trasero es redondo, mi cintura es perfecta para mis caderas, mis piernas tan largas que me llegan hasta el suelo.
Por primera vez me observé en el espejo y me encantó lo que vi. Descubrí que eso es lo que ven los hombres cuando me ven caminar por la calle, esa sensualidad de mis formas redondeadas que yo jamás había visto.
Ahí entendí también que cuando un hombre me corteja y quiere llegar a la cama conmigo, no quiere a una modelo porque sabe que no está cortejando a una modelo raquítica, sino que está cortejando a una mujer de más de 40 años que puede ser incluso más sensual que una modelo.
A puertas cerradas jamás un hombre me ha hecho un comentario por la celulitis, ni por la flacidez, menos por las estrías. Al contrario, se han centrado en descubrir cada centímetro de mi piel con su boca y han tratado de adivinar cuáles son mis sensaciones cada vez que me tocan y eso ha sido y siempre será lo mejor del sexo.
De hoy en adelante la frase “cómo me veo?” sólo la usaré para no romper con los cánones establecidos por la sociedad en cuanto a la vestimenta, pero nunca más para ver si alguien me dice “pareces una modelo”.